Siempre hay momentos en nuestra vida en los cuales sentimos que fracasamos o que ya lo dimos todo y sólo queda rendirse. Pero si tenemos suerte aparece alguien o algo que nos da la esperanza y la fuerza para seguir adelante. Hubo varios de esos momentos en los meses que siguieron a la desaparición de Louis, sobre todo uno.
Era una noche calurosa de verano, como casi todas, y yo estaba sentada en el pórtico de mi casa en el medio del campo. Si alguien me hubiese visto en ese momento se habría encontrado con una chica de unos 21 años, escuchando música, tomando un refresco MOXITM de cannabis y mirando el cielo. Mientras desde fuera parecía un momento placentero, desde dentro era todo lo contrario. Tal vez fue esa dualidad la que me hizo pensar en mi niñez o tal vez fueron la luna y las estrellas, sólo sé que cerré los ojos y me dejé llevar.
En el año 2095 los viajes a Marte no eran una tarea fácil, sobre todo si tu tripulación estaba compuesta por un piloto y una niña de 10 años de edad. Pero cuando naces en una nave y tu vida consiste en transportar recursos entre Marte y la tierra, terminas acostumbrándote. El 20 de abril de ese mismo año todo iba de maravilla, excepto por el agujero en nuestra reserva de oxígeno.
—¡Feliz cumpleaños, Alice! —dijo la inteligencia artificial de la nave, segundos después de despertarme.
—¡Muchas gracias, Simone! ¿Qué hay de comer?
Sí, fue lo primero que pregunté, después de todo «el desayuno es la comida más importante del día».
—Pan de centeno con mantequilla de algas y suplementos de frutas.
—Miam —contesté. No me acuerdo si Simone contaba con un detector de sarcasmo incorporado. —¿Y por mi cumpleaños?
—Pan de centeno con mantequilla… —repitió con el mismo tono de voz.
Simone era lo más parecido a una madre que tenía. Hablaba en su mayoría español pero cada tanto se le escapaba alguna palabra en francés. De hecho, fue mi madre biológica quien la programó y le dio su voz. Me hubiera gustado haberla conocido en vida.
—¿Ya estás despierta niña? ¡Feliz cumpleaños! —exclamó mi padre al entrar en mi habitación con una caja y un panel de metal con luces rojas, verdes y azules. —¿Qué luces prefieres soplar hoy?
—¡Las azules! —contesté mientras él programaba el panel para prender solamente diez.
Esa era mi parte favorita de los cumpleaños. Como la mayoría de ellos los celebrábamos a bordo de la nave y prender fuego era demasiado peligroso, tuvimos que encontrar una alternativa. ¿Cómo iba a cumplirse mi deseo sino?
—¡Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deSEEE-A-mos todos, cumpleaños feliz! —cantaron Simone y mi padre a coro.
Luego de soplar y apagar las luces, mi padre abrió la caja y sacó dos porciones de tarta de zanahoria, mi favorita. Mientras comía me quedé pensando si Simone era capaz de guardar un secreto o si no se había enterado del cambio de planes para el desayuno.
Al terminar, mi padre me dejó la mañana libre para hacer lo que quisiera mientras él preparaba mi regalo. Aproveché y seguí trabajando en una pequeña grabadora de voz que estaba tratando de reparar. Mi sueño era poder desarrollar una inteligencia artificial como Simone, pero sabía que iba a llevarme varios años conseguirlo.
Un par de minutos o quizás algunas horas después, mi padre se sentó a mi lado, me miró a los ojos y me explicó lo que estaba sucediendo. Al parecer, algún desecho espacial o meteoroide había atravesado uno de nuestros tanques de oxígeno y, como faltaban 14 de los 37 días que tomaba llegar a Marte, no teníamos otra opción que arreglarlo desde fuera. Dato curioso e irrelevante, una noche en la luna también dura más o menos 14 días.
Mi padre amaba tanto las frases hechas como las analogías y las usaba para educarme cada vez que podía. Cuando me equivocaba, me explicaba algo o si me veía triste, se acercaba, me miraba a los ojos y me decía una frase seguida por mi nombre. Algunas eran de uso popular, pero otras creo que se las inventaba él ya que no siempre había una frase que encaje con la situación. Creo que con el tiempo se dio cuenta de que cualquiera de sus frases acompañada por mi nombre me reconfortaba.
«Somos como una llama, Alice; Sin oxígeno no podemos existir»
— Fernando Martínez
Esa misma frase resonaba en mi cabeza cada noche desde el día en que Louis desapareció. Él había sido mi oxígeno desde que lo conocí, y al no tenerlo cerca sentía como me iba extinguiendo poco a poco…
Volviendo a la historia, luego de su frase mi padre me preguntó si querría acompañarlo fuera de la nave para mi primera caminata espacial. Era un sueño hecho realidad, aunque estaba figurativamente muerta de miedo. Durante el viaje la nave producía gravedad artificial por lo que no estaba acostumbrada a flotar como una astronauta. Sólo en el aterrizaje y en el despegue podía sentir algo similar, pero como permanecía sentada o con botas antigravedad era lo mismo que nada.
—1,2,3 probando. Alice, ¿me escuchas?
—Oui, papá —respondí sin prestarle mucha atención mientras observaba la inmensidad del espacio, era maravilloso.
—Bien, quiero que sigas mis instrucciones atentamente, y lo digo en serio.
No solía decirme «lo digo en serio», pero al tratarse de una cuestión de vida o muerte se aseguró de enfatizar su pedido.
Luego de varias instrucciones y varios minutos recorriendo las paredes exteriores de la nave llegamos a los tanques de oxígeno y vimos con asombro que el agujero no era tan pequeño como creíamos ¡tenía el tamaño de la mano de mi padre!
Sin perder el tiempo, sacó una cinta adhesiva espacial, tapó rápidamente el agujero y apoyó sus manos para sostenerla en el lugar. Sí, la llamábamos «espacial» pero no era muy diferente a la que usábamos en la tierra.
—Alice, necesitamos una placa de metal lo suficientemente grande para tapar el agujero hasta que lleguemos a Marte, la cinta no va a soportar durante mucho tiempo.
—D’accord papá, ¿dónde conseguimos una? —pregunté entre asustada y exaltada.
—Ya no quedan. Necesito que vuelvas a la nave, desarmes algún objeto que contenga una placa de metal y me la traigas.
Mi corazón latía con tanta fuerza que casi era todo lo que podía escuchar. Pero ni eso ni la falta de gravedad iban a interponerse en mi misión. Desplazarme a los golpes por la nave era mi nueva normalidad.
Busqué por todos lados tratando de encontrar algo mejor, pero con el estrés de la situación y el poco tiempo que teníamos sentí que sólo había una solución; desarmar la placa de luces. Tal vez estaba poniendo en riesgo mis deseos futuros, pero era nuestra única opción. Por suerte funcionó y algo que podría haber sido muy trágico terminó siendo uno de mis mejores cumpleaños. Siempre me pregunté si todo había sido casualidad o si algunas cosas habían sido planeadas.
Luego de volver sanos y salvos a la nave mi padre me trajo otra caja, pero esta vez envuelta en un papel brillante. Mis ojos de niña se humedecieron al abrirla y encontrarme con lo que había deseado durante años: ¡Un conejo robot!
Parecía usado, algo desgastado y apenas se movía, pero estoy segura de que había sido muy difícil de conseguir. En la caja también había un destornillador, pequeñas luces y otras piezas varias. Mi padre me conocía muy bien, sabía que me iba a pasar el resto del viaje armándolo y desarmándolo para ver cómo funcionaba.
Llegamos a Marte sin ningún problema unos 15 días después. Era una lástima que ya no podíamos seguir viajando…
En ese momento abrí los ojos, apagué la música y giré la cabeza hacia la casa.
—Nano, ¿en que fecha fueron los últimos viajes oficiales a Marte?
—Fines de diciembre del año 2105 —me contestó una voz masculina a lo lejos.
—«Las casualidades no existen, todo pasa por algo Alice» —me hubiera dicho mi padre en ese mismo momento. Volví a cerrar los ojos y me quedé allí sentada, en el más profundo de los silencios.
Banda sonora de esta entrada
Puede que esto dure tanto
Como una noche lunar
No te sueltes de mi mano
No nos vamos a estrellar
Por eso sube a mi cohete
Y flota en el espacio
De luces fluorescentes
¿Quién quiere ir despacio?
Y seguir a tanta gente
Pudiendo ser corsarios
Vivir contracorriente
Es fácil, se puede
Juntos podemos
No hay porque pisar el suelo
Ni dormir para soñar
No se trata de un deseo
Hay mundo sin gravedad
Por eso sube a mi cohete
Y flota en el espacio
De luces fluorescentes
¿Quién quiere ir despacio?
Y seguir a tanta gente
Pudiendo ser corsarios
Vivir contracorriente
Es fácil, se puede
Juntos podemos
No traigas tu maleta
Aquí no hay caja negra
Tampoco hay cinturones
Salidas de emergencia
Revienta las paredes
Para abrir un boquete
Por el que puedas escapar…
En mi cohete
Y flota en el espacio
De luces fluorescentes
¿Quién quiere ir despacio?
Y seguir a tanta gente
Pudiendo ser corsarios
Vivir contracorriente
Es fácil, se puede
Juntos podemos
Podemos (podemos)
Podemos
Podemos (podemos)
Podemos
Podemos (podemos)
Podemos
Podemos (podemos)