Consumidos por el fuego

—Te he traído un regalo —me dijo mientras juntaba las cenizas de la chimenea.

—¿Qué es?

—Una cajita mágica.

—¿De fósforos?

—Oui, pero que al rato de vaciarse vuelve a llenarse sola. Me pareció que como siempre los estás usando para tus experimentos, podría servirte algo así.

Lo miré dudando unos segundos esperando ver en su cara alguna señal, una leve sonrisa o algo que me confirmara que no me estaba hablando enserio.

—¡Merci, eres el mejor! —exclamé genuinamente contenta por el regalo. Sean infinitos o no, ya casi no fabrican fósforos.

Se me quedó mirando hasta que abrí la cajita, saqué uno y lo deslicé por el costado con un golpe seco. Como por arte de magia, saltó una chispa y una pequeña llama empezó a consumir el pedazo de madera. Me sonrió y siguió con sus cosas. Llegando al mediodía ya no quedaba ningún fósforo.

—Hum… me parece que se acabaron —le dije exagerando mi tristeza y mostrándole la caja vacía. Tampoco era el fin del mundo la verdad.

—No pasa nada. Espera un poco y volverán a aparecer.

—Si tú lo dices.

—Yo lo digo.

—¿Y ahora? — No esperé ni dos segundos.

—Jajaja. Enseguida vuelvo, no te vayas lejos que ya casi está lista la comida.

—Qué bueno, literalmente me muero de hambre —le dije mientras se alejaba a lo que respondió con una frase en francés que no logré entender. Me encantaba abusar de palabras como “literalmente” en su presencia porque siempre reaccionaba de más a su mal uso.

Además de ser mi persona favorita, Louis era un excelente cocinero. Le encantaba probar recetas nuevas y siempre me sorprendía encontrando formas poco convencionales de servir platos tradicionales. Con él se me había ido la angustia diaria de decidir qué comer, cocinar y tener que hacer la compra. Para él, más que un hobby todo eso era una obsesión y tenía que salir perfecto.

—No me lo puedo creer. ¡Louis, se volvió a llenar la caja! ¿Qué clase de brujería es esta?

—Te lo dije.

—¿Fuiste tu?

—Yo estaba cocinando.

—Si, claro.

—¿Tan difícil es para ti creer en la magia?

—OK, fue magia —le dije revoleando los ojos.

—¡Eso es! —exclamó ignorando mi gesto—. Ahora vente que se enfría la comida.

—¿Qué hay de comer?

—¡Conejo asado!

—¡¡¡Hey!!!

—Eres tan predecible.

No sé cómo hacía, pero siempre que se me acababan los fósforos él volvía a llenar la cajita sin que yo me diera cuenta. Tampoco sé muy bien de dónde los sacaba, no son fáciles de conseguir. ¿Tal vez era una de las ventajas de ser bombero? ¿Quién te va a decir algo por robarte unos fósforos en medio de un incendio?

—Bueno, tu ganas —le dije un día después de prender la chimenea con el último fósforo y ver como al rato la cajita volvía a llenarse sola. —Es evidente que es magia.

—Ah, veo que entraste en razón. ¡Me alegro!

—Oui, eres muy convincente, y sexy —le dije tratando de poner una voz sensual y lo abracé.

—Je t’aime —me susurró al oído mientras me acariciaba la espalda.

—Yo también.

Así nos quedamos un largo rato, abrazados al lado de la chimenea. Me gustaría poder vivir en ese momento para siempre, los dos solos al lado del fuego, como aquel día. Pero en vez de disfrutar del presente, mi cabeza seguía pensando en la cajita. ¿Y si en realidad la remplazaba en vez de llenarla de fósforos cada vez? Sería algo mucho más fácil y rápido de hacer, después de todo siempre parecía nueva. Me hice una nota mental para marcar la caja por dentro la próxima vez que se vacíe. Un rato después, el fuego de la chimenea se consumió y aprovechamos para llevar el nuestro a la habitación.

A la mañana siguiente, todavía semidormida, lo escuché corriendo de una punta a la otra buscando sus cosas y su ropa de trabajo. Con los años ya me había acostumbrado, solía pasar que a veces algunos incendios eran tan grandes que tenía que irse urgente sea la hora que sea. Estaba tan dormida que apenas le contesté cuando me besó y me dijo «Je t’aime» antes de partir.

Era el 10 diciembre del 2105 y fue la última vez que lo vi.

– –

—Perdón, no sé si voy a poder seguir —le dije mientras me limpiaba una lágrima.

—No te disculpes —me contestó sonriendo mientras apoyaba la máquina de tatuar en la mesita —te agradezco que me lo hayas contado, no debe ser nada fácil.

La verdad es que no. Después de mucho tiempo había juntado el valor para hacerme el tatuaje en la muñeca del que tanto habíamos hablado y no sabía si algún día él iba a cumplir su parte del trato.

—Está listo, ¿qué te parece?

Me quedé mirándolo un rato sin decir nada. Los trazos, el tono azul, era justo como me imaginaba que iba a quedar, solo que ahora estaba grabado en mi cuerpo. Era la primera vez que me tatuaba y ya no había vuelta atrás.

—Gracias, es perfecto… —le dije en voz baja. Todavía hoy me faltan palabras para describir cómo me sentía.

Antes de irme me preguntó:

—¿Y qué pasó con la cajita mágica, se siguió llenando?

—Ahh, bueno, eso es lo peor de todo. Ese mismo día la abrí y ya no habían fósforos, solo un anillo…

Al salir del local sentí una pequeña brisa recorriendo mi cara. No sabía si algún día lo volvería a ver, pero sabía que a partir de ese momento siempre lo llevaría conmigo.

Banda sonora de esta entrada

Insignia – Hermanos Láser

Llevo tu insignia guardada,
como esperando.
No supe donde colgarla,
sólo en mis manos.

Cuando te fuiste dejando
todo a tu paso encendido.
Nunca el dolor fue tan grande, nos quema en frío.

Medimos todo con el tiempo
y no sabemos esperar.
Somos los mismos ilusos de siempre.

Existe la magia,
pero no nos llegó.

Guardo el valor que nos queda.
Salgo del fuego y respiro.
Traigo encendidas las piernas,
pero regreso contigo.

Vivimos en el incendio.
Vamos de pesca hasta el río.
Cuatro semanas de guerra,
cinco minutos tranquilos.

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Nani

Hermosa historia de palabras simples, que te trasladan y te dejan pensando. ¡Gracias Alice! Tu historia me hizo recordar cuan importante es vivir el presente y, xq no? creer que la magia existe😊.

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